El papel de la familia
en Educación Infantil
El
modelo ecológico del desarrollo humano (Bronfenbrenner, 1979) sostiene que los
niños y niñas se desarrollan en una red de contextos interconectados entre sí,
y todos ellos influyen sobre el desarrollo. Algunos de estos contextos están
más alejados, aunque no por ello podemos obviarlos, mientras que otros como la
familia y la escuela están muy cercanos al niño, constituyendo los escenarios
más inmediatos que denominamos microsistema y en los que los niños y niñas
preescolares pasan la mayor parte del tiempo. Además de las influencias por
separado que cada uno de estos sistemas puede tener sobre el desarrollo y el
comportamiento infantil, hay que prestar atención a las influencias
entrelazadas: cómo pueden afectar las relaciones que el niño establece o las
actividades que realiza en su hogar a su comportamiento en la escuela, y
viceversa. Por ejemplo, aquellos niños que han establecido una relación de
apego seguro con sus padres tenderán a sostener con sus compañeros y con los
profesores relaciones marcadas por el afecto y la seguridad, mientras que
cuando la inseguridad y la desconfianza ha teñido las relaciones infantiles con
los progenitores también es muy probable que sean difíciles las relaciones con
los educadores.
Las diferencias entre familia y escuela
Aunque
muchos de los objetivos que persiguen y de las actividades que se realizan en
la escuela y en la familia guardan mucha similitud, pues son reflejos de los
valores que imperan en una determinada cultura, también aparecen importantes
diferencias, ya que se trata de escenarios con distintas funciones, con
distinta organización del espacio y del tiempo y en los que participan personas
diferentes.
Entre
las diferencias más llamativas que existentes entre ambos contextos podrían
señalarse que en la familia los niños y niñas realizan actividades insertas en
la vida cotidiana y cercanas a sus intereses
y motivaciones inmediatos, mientras que en la escuela las actividades
realizadas suelen tener un claro carácter simbólico, pues se planifican en
función de ciertos objetivos educativos a alcanzar y se sitúan un contexto ajeno al mundo del niño. También
existen diferencias en cuanto al tipo de aprendizaje, más basado en la
observación e imitación de modelos en la familia, y en el intercambio verbal en
el contexto escolar. Por último, habría que señalar el diferente tipo de
interacciones más frecuentes en cada escenario: diádicas con adultos, las
familiares, y grupales con los iguales, las escolares.
Una
vez indicadas las evidentes diferencias existentes, habría que preguntarse
sobre la conveniencia o no de una mayor semejanza o continuidad entre familia y
escuela, de una mayor similitud entre las experiencias del niño en ambos
contextos. El término discontinuidad, utilizado para referirse a las
diferencias entre las experiencias del niño en su casa y en el centro
educativo, refleja un cierto interés por la cohesión en estas experiencias. La
idea subyacente parece indicar que toda discrepancia resulta negativa para el
desarrollo infantil. De hecho, la discontinuidad entre hogar y escuela ha
llegado a ser considerada como una de las causas principales de fracaso escolar
para aquellos niños de medios más desfavorecidos. Pero, quizás, las diferencias
que se reconocen entre hogar y centro no hayan de tener necesariamente un
efecto negativo, e incluso en algunos casos podría pensarse en unas
consecuencias positivas.
De
acuerdo con Bronfenbrenner (1979), el desarrollo infantil se puede ver
favorecido por la participación en contextos diversos, en los que el niño tenga
la posibilidad de participar en otras estructuras sociales, realizar
actividades diferentes y establecer relaciones con otras personas. Desde este
punto de vista, el hecho de que hogar y escuela no presenten una uniformidad
total desde el punto de vista de las actividades y exigencias que se plantean
al niño, puede tener unas consecuencias positivas para el desarrollo, ya que
cada situación puede facilitar la adquisición por parte del niño de diferentes
habilidades y competencias. Este contraste puede verse, por tanto, como una
fuente de equilibrio, pues el niño recibe en distintos contextos demandas
diferentes y complementarias que redundan en su beneficio, pues ello daría
lugar a un desarrollo más armónico. Si
la escuela representase una mera extensión de la familia que no proporcionase
la más mínima discontinuidad para el niño,
no cabría ser muy optimista con respecto a los beneficios que podría
aportar al desarrollo infantil. Sin embargo, la existencia de una
discontinuidad muy marcada entre estos
contextos puede tener efectos negativos. Este podría ser el caso de aquellos
niños que en el colegio se enfrentan a experiencias totalmente alejadas y
desconectadas de sus vivencias familiares, o que experimentan una incoherencia
muy marcada en cuanto al tipo de trato que reciben y las conductas que se
alientan en uno y otro contexto. O cuando los valores que impregnan la vida
familiar entran en abierta contradicción con los que imperan en la escuela. En
estos casos, los niños pueden verse sometidos a presiones contradictorias que
perjudiquen su desarrollo y su adaptación a la escuela.
Además
del grado o magnitud de las discrepancias, existen otros factores que pueden
influir en que el impacto sea negativo o
positivo, como, por ejemplo, el momento
evolutivo en que se encuentra el niño. Así, durante los años preescolares es de
esperar que el niño se muestre más sensible a las discontinuidades acusadas,
por lo que habría que procurar que familia y escuela infantil mantuviesen una
clara coherencia. En cambio, cuando se trata de niños de más edad o
adolescentes, una continuidad tan acentuada probablemente carezca de sentido.
Una
de los factores que puede contribuir a aumentar la discontinuidad entre la
familia y la escuela infantil es la diferencia entre los valores e ideas
educativos sostenidos por padres y educadores. Cuando unos y otros discrepan
claramente en sus ideas acerca de cuáles deben ser los objetivos que debe
perseguir la educación infantil, o sobre cómo se debe tratar y educar a la
infancia, pueden producirse algunos problemas, y tal vez, esta no sea la
situación más favorable para el desarrollo infantil. Pensemos, por ejemplo, en
el caso de una niña que observa con confusión como aquellos comportamientos que
se alientan y estimulan en el centro educativo son reprobados o castigados en
la familia. En otros lugares (Oliva y Palacios, 1997; Oliva y Palacios, 1998)
hemos expuesto con detalle las diferencias y coincidencias entre las ideas de
padres y educadores sobre el desarrollo y la educación infantil. En términos
generales, podríamos señalar que los padres suelen manifestar unas ideas más
tradicionales o academistas sobre la escuela infantil, valorando por encima de
los profesores la obediencia, la disciplina y el aprendizaje de la escritura.
Por el contrario, estos últimos muestran una concepción que podríamos
considerar más integral, en la que junto a contenidos académicos tienen cabida
otros objetivos más modernos.
Las diferencias existentes entre unos y otros no
deben ocultar las importantes coincidencias aparecidas, así, como puede
observarse en la tabla 1, padres y educadores están de acuerdo en considerar la
socialización como el principal objetivo de la educación infantil, aunque la
valoración que los padres hacen de este objetivo sea inferior a la de los
maestros.
Hay
determinadas situaciones en las que las discrepancias entre padres y educadores
puede resultar más acentuada y, por lo tanto, generar algunas dificultades
mayores para los niños. Se trata de aquellos casos de padres de menor nivel
educativo, o de quienes residen en zonas rurales, ya que estos padres muestran
unas ideas bastante tradicionales que contrastan con las concepciones algo más
modernas de los educadores de sus hijos. Las diferencias en las ideas de unos y
otros pueden ser especialmente complicadas y generar tensiones cuando afectan a
aspectos como el momento del inicio de la lecto-escritura. Así, mientras que
casi la mitad de los padres de menor nivel educativo, opinan que ese
aprendizaje debe tener lugar en la escuela infantil, de forma que los niños
comiencen la educación primaria sabiendo leer y escribir, sólo un 20% de
maestros piensa de esa manera.
Favoreciendo la continuidad entre
familia y escuela
En
términos generales, podríamos afirmar que la adaptación y el rendimiento del
niño en la escuela se va a ver facilitado cuando existe una cierta continuidad
entre las prácticas y valores familiares y los que imperan en el aula. Una
forma de garantizar esta continuidad entre contextos es la colaboración entre
padres y educadores, hace ya tiempo que existe un consenso entre los
profesionales del desarrollo y la educación infantil en considerar que las
relaciones entre padres y educadores son muy positivas para el niño. Psicólogos
tan destacados como Brofenbrenner (1979) apuntaron en su momento las
consecuencias favorables que para el desarrollo del niño podían tener los
vínculos o conexiones entre familia y escuela. Esta conexión supondría una
mayor continuidad entre ambos contextos educativos, lo que se considera
favorable para el desarrollo infantil. Algunos van aún más lejos, y postulan la
mayor comunicación entre padres y maestros como una posible solución al fracaso
escolar.
También
los educadores de los más pequeños conceden una gran importancia a las
relaciones familia-escuela. Al menos eso se desprende de los resultados de un
estudio realizado en nuestro país sobre madres y maestros de educación infantil
(Oliva, 1992; Palacios y Oliva, 1991).
La
traducción de esta convicción en la práctica no debe ser fácil, como lo
atestigua el contraste entre la tabla anterior y la siguiente, que recoge
información sobre el tipo de relaciones que de hecho los educadores mantienen
con los padres de sus alumnos.
Los
contactos más frecuentes son de tipo informal y sin duda podrían servir para
que padres y educadores se conocieran y para que pudieran tener ocasión de
dialogar e intercambiar información. No obstante, hay buenas razones para
sospechar que tales contactos cotidianos sean tan informales que se limiten a
un breve saludo y, en todo caso, a un más que rápido cambio de información. La
frecuencia de los contactos planificados, en los que cabría esperar una
interacción más en profundidad que permitiera a padres y educadores dialogar
reposadamente, es muy baja. Sin duda, la colaboración padres-educadores en la
forma que sea -desde la participación en actividades del aula o la escuela,
hasta las conversaciones programadas y sistemáticas- no forman parte de
nuestras tradiciones en educación infantil, y desde luego tampoco en niveles
educativos superiores. Esta escasa comunicación y participación de los padres contrasta
con lo que ocurre en otros países, en los que la implicación de los padres en
la escuela es un fenómeno algo asentado y que adopta manifestaciones muy
variadas.
La colaboración entre familia y escuela
La
colaboración entre padres y educadores es un fenómeno muy rico que puede tener
distintas manifestaciones. Pero con independencia del tipo de colaboración que
tenga lugar, un aspecto esencial de la
relación entre familia y escuela debe ser el sentido bidireccional de la
comunicación entre ambos contextos. No se trata sólo de que los educadores se
esfuercen en transmitir a los padres de sus alumnos información sobre los
objetivos, métodos y contenidos del currículum escolar, y sobre qué es lo que
ellos pueden hacer en casa para apoyar
la marcha escolar del niño. La comunicación debe fluir también en el
sentido contrario, y los padres pueden informar de cuáles son las actividades
cotidianas del niño, sus gustos y preferencias, o sus necesidades. Pueden
plantear también al educador cuáles son sus valores o sus expectativas con respecto a la escuela. De esta forma, el
maestro puede integrar esta información en la planificación de sus actividades,
tratando su ajustarlas a los intereses y necesidades reales de sus alumnos. Este modelo destaca la
oportunidad que padres y maestros tienen de intercambiar información y aprender
unos de otros, y define la relación entre familia y escuela como un fuerte
compromiso a largo plazo que supone un respecto mutuo, una asunción conjunta de
responsabilidades, y una amplia implicación de unos y otros en distintas
actividades.
La
colaboración entre padres y educadores puede adoptar distintas manifestaciones,
entre las que podríamos señalar:
Participación de los padres en órganos
de gestión escolar
Esta
participación está recogida como un derecho fundamental de los padres en el
artículo 27 de la Constitución y
regulada por la LODE, realizándose a través de los Consejos Escolares.
Este tipo de participación resulta fundamental de cara a una democratización
verdadera de la educación, y constituye el marco básico en el que tiene que
encuadrarse la relación de los padres con la escuela. No obstante, la
colaboración entre familia y escuela no puede limitarse a una participación de
los padres en los órganos de gestión del centro.
Apoyo en casa a las tareas escolares:
los padres como maestros de sus hijos
Son
muchas las cosas que pueden hacer los padres en este sentido, algunas de
carácter general, como crear un ambiente
familiar rico y estimulante a nivel lingüístico y cognitivo, y otras más específicas, como supervisar las tareas escolares, plantear al
niño actividades concretas, etc. A veces
los padres no encuentran fácil realizar esta tarea, por lo que resulta conveniente que desde la escuela se
les oriente en estas funciones.
Participación en actividades escolares o
extraescolares
La
colaboración de los padres como voluntarios en la realización de determinadas
actividades escolares o extraescolares presenta un gran interés para niños,
padres y educadores. Los niños pueden beneficiarse de alguna actividad que de
otra forma tal vez no pudiera llevarse a cabo, como un taller de artesanía o
manualidades, una excursión o visita extraescolar, una escuela deportiva, etc.
Los padres pueden sentirse satisfechos transmitiendo sus conocimientos o
habilidades, a la vez que estrechan su relación con el maestro de su hijo. Y
los educadores pueden completar de esta forma y con un menor esfuerzo su
programa educativo ofreciendo a sus alumnos una mayor variedad de actividades.
Asistir
a determinados acontecimientos sociales celebrados en la escuela supone un
menor grado de implicación por parte de los padres, pero puede servir para que
aquellos padres más ocupados acudan al colegio, conozcan las instalaciones y se
relacionen con el personal del centro y con otros padres de alumnos. Un
acontecimiento deportivo, una representación teatral, un concierto, o una
fiesta de fin de inicio o fin de curso, son claros ejemplos de actividades que
pueden organizar los educadores para provocar un encuentro informal con los
padres de sus alumnos.
Los
padres también pueden visitar el aula
para conocer de primera mano los métodos de trabajo del educador o para
colaborar con él en alguna actividad. De esta forma tendrán una idea más exacta
del tipo de apoyo que pueden prestar a sus hijos en las tareas escolares.
Conocimiento mutuo de padres y
profesores
Aunque
casi todos los métodos expuestos sirven para que padres y maestros se conozcan
e intercambien información, otros métodos más clásicos y sencillos pueden
cumplir perfectamente esta función. Por ejemplo, los encuentros planificados
con padres de alumnos tienen un enorme interés de cara a dar información
directa a los padres sobre la marcha escolar del niño y sobre el apoyo que
pueden proporcionarle desde casa. También permiten al profesor conocer algunos
detalles sobre la vida familiar del niño, su historia previa y otros aspectos
de interés que pueden resultarle de mucha utilidad.
Sin
duda, son muchas las posibilidades de colaboración que existen entre familia y
escuela, siendo conveniente ofrecer a
los padres distintas alternativas para que ellos elijan las que mejor se adapten a sus posibilidades y procurando
que los horarios sean flexibles y adaptados a los padres. Mientras más cauces
de colaboración se abran entre familia y escuela cabe esperar que mejor será el
rendimiento del niño y su adaptación a la escuela.